Pau Gasol el hombre olvidado
Aunque El Hombre Olvidado no cierra la puerta con llave, hace más de cuatro años que nadie la atraviesa para compartir una conversación sobre aquellos días de hace un siglo. Ve consumirse las horas sentado en su propio museo, que, como un Diógenes de las glorias, ha ido poblando con recuerdos colgados en cualquier lugar de estos cuatro metros de paredes blanco gotelé, ocultas bajo retratos, diplomas, banderines... Medallas de guerra que El Hombre Olvidado ya ni mira, aunque ofrezcan un reconstituyente impagable: evidencian que los inmortales envejecen tan rápido como los olvidados. Al menos los rostros, hasta el punto de que costaría reconocer bajo los chavales de los cuadros a los eternos Pau Gasol, Navarro, Felipe Reyes o Calderón. También Charly Sainz de Aja, El Hombre Olvidado, queda lejos del que muestran las imágenes.
Charly amamantó las medallas que esos mismos y otros compañeros de quinta conquistaron como hombres, impulsó en sus segundas nupcias a Marc Gasol, Rudy Fernández o San Emeterio y coqueteó o aborreció a otros protagonistas de tantos podios, como Ricky Rubio, Garbajosa, Carlos Jiménez o Sergio Rodríguez. Cada medalla en 15 años de éxito del baloncesto español tiene en el sustrato a El Hombre Olvidado, el entrenador que acompañó a los júniors de oro en su salida al mundo, en 1998-99, para activarse como la savia de la Selección más redonda y exitosa que dio el deporte español.
Sin embargo, si se convoca algún acto solemne no acude, pues no fue avisado. Si se citan los entrenadores para unas jornadas, nadie se acuerda de las experiencias de El Hombre Olvidado, que recibió su última oferta laboral "hará unos ocho años". Tampoco anda mendigando nada, ninguno de esos puestos de florero. Si pide, pide poco. Y la última vez que lo hizo, cuando llamó a uno de sus apadrinados para que acudiese a entregar unos trofeos al colegio donde trabaja, los problemas de agenda provocaron un efecto similar al olvido. Aunque ese último desplante lo excusa. No se le ocurriría deslizar ni un susurro contra los protagonistas de su historia, de la Historia, que Sainz de Aja pilotó en sus primeros pasos, premonitorios desde el encuentro iniciático, entre la Navidad y la Nochevieja de 1997, en una concentración en Logroño. "Allí estuvo por primera vez Reyes. Se integró perfecto, porque aquello era, más que nada, un grupo de amigos, y eso ha perdurado". Esos zahoríes de manantiales preciosos se citaron de nuevo en el verano de 1998, el corte de cinta de las fiestas.
El viaje comenzó en Madrid, continuó en avión hasta Bucarest y desde allí partieron hasta Varna (Bulgaria), a bordo de un autobús de la Rumanía postsoviética. Cuatro horas les llevó cruzar la frontera, con algunos pasajeros en pie, porque allí no solo se metieron sus jugadores, sino que hubo que hacer hueco a los familiares, esa cohorte protectora. Luego, en el hotel, la comida era mala, la ciudad destilaba aburrimiento y no había mejor entretenimiento que arrimarse al compañero, compartir las cartas y convertir las habitaciones en territorio liberado. Se alimentaban de chocolatinas, pizzas y similares, lo accesible en un hotel sin estrellas, donde los jugadores dormían con los pies en la cabeza de su compañero de habitación, para maximizar el espacio. Por ejemplo, Calderón con Berni Rodríguez. Ahora no pasa un mes sin que hablen, porque aquellos júniors se convirtieron en una piña. Todos son uno; son los firmantes de estos maravillosos años.
—¿Pau Gasol?
—Espectacular, pero era el que más nos desesperaba. Fue quien más vueltas al campo dio, por castigo. Le decías: "¡Salta!". Y él decía: "¿Para qué, si le tapono sin saltar?". Había que obligarle a esforzarse. Se veía sobrado, por un lado, pero por otro en su cabeza tenía cosas que su cuerpo aún no le permitía hacer. No lloriqueaba ni era vago ni mal chico, al contrario. Era como es otro de mis ídolos, Cristiano Ronaldo, de esos que saben que son únicos.
—¿Y los líderes, Navarro y Raúl López?
—Raúl, porque se lesionó, si no sería el número uno, con Gasol y Navarro, que era la leche, capaz de dar 10 asistencias y de meter los 10 últimos tiros. Un ganador, pero educado, de esos que te machacan con buenos modales, que es lo mejor para ti y lo peor para el rival.
—¿José Manuel Calderón?
—Un año más pequeño, con los ojos muy grandes, de aprender. Le llamaban Cantinflas porque decían que se parecía al actor.
—¿Berni Rodríguez?
—Mi mayor alegría. Su problema era Navarro. Cuando entendió que no debía jugar como Navarro sino como sabía, ayudaba muchísimo.
—¿Carlos Cabezas?
—En los partidos complicados lo utilizábamos de escolta, para que estuviese con Navarro y Raúl López. Fiable para los grandes tiros.
—¿Felipe Reyes?
—Le llamaban El Escoba. No le dábamos demasiados balones, pero cogía muchos. Ya era un tío sano, metido en todas las bromas.
También Antonio Bueno (2003) y Germán Gabriel (2013) llegaron a probar la internacionalidad absoluta. De aquellos benditos solo se secó Félix Herráiz, por lesión, mientras que el resto curveó. Francesc Cabeza, Julio González, José López Valera o Souley Drame, don nadies en la ACB y resolutivos uno o dos peldaños por debajo, notables más o menos descalabrados.
"No fue su culpa", interrumpe el instructor, en defensa de la estirpe, con su voz aniñada, desvelando su interior. Y sitúa la causa de los fracasos de los chicos en quienes quisieron reconvertirlos.
Casi todo lo que esa generación sería en los siguientes tres lustros estaba allí, en el germen, dentro de ellos y como filosofía a seguir. "Para aprovechar vuestro talento necesitáis el talento del compañero", les repetía El Hombre Olvidado, en una sentencia para no perderse. "Entendieron pronto que debían ceder protagonismo, porque el talento no es solo calidad de juego, sino humana. Por eso han tenido éxito. Han sido importantes cuando las cosas van peor. Fue cuando se comportaron de forma más madura, desde niños".
Eso que después se ha llamado autogestión, que muchos entendieron como una ofensa al seleccionador, era y es un mecanismo de autodefensa y afirmación. En aquel primer Eurobasket 1998, el bautismo con oro, España comenzó con una derrota ante Israel. Prendió la inquietud: ¿y si estos niños, tan extraordinarios, son como otros españoles, tímidos en la edad adulta? Germán Gabriel recibió la sugerencia de que no estaría mal que hablasen entre ellos. El chaval lo comentó con su íntimo Raúl López y Raúl con los demás. "Se dijeron las cosas a la cara", según Charly, y desde ahí llovieron victorias, siete consecutivas. Se reeditó el sobresalto en el Mundial 1999, y la respuesta volvió a ser rotunda. Tras tropezar con Grecia, España debía superar por siete puntos a Croacia para acceder a las semifinales. Venció por 15 y tomó la vía rápida hacia otro oro.
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