Con el calor la gente va enseñando las tetas

El aire acondicionado brama en las Cuatro Torres Business, ahí un poco más arriba de la Plaza de Castilla, desde donde escribo. Los coches llevan climatizadores y se compra, a plazos, aire frío para los coches y para las casas en la España anticiclónica y pelada. No se ve ni un botijo y eso que el botijo es madrileño; auque llegó con el toro ibérico de los Montes Universales se hizo el rey de los bochornosos atardeceres del Foro. «El botijo arranca -escribe Federico Bravo Morata- en los tiempos de Bécquer y acaba a la mitad del siglo XX vencido por los frigoríficos».

En estas horas, en el aldeón manchego no ladran los perros, en las casas las películas de la televisión traen el recuerdo de los cines de verano, pero ya no vuelve la triste memoria de los sainetes, las zarzuelas, el agua, los azucarillos y el aguardiente. El Ayuntamiento está entrampado y no hay cera para verbenas.

Vivimos un verano sin piedad, sin aguadores, sin cohetes de barrio, con horas de solano alto, hondo y fijo, y el bochorno que llega de los valles del Tajo y nos tumba. Los pájaros ebrios se duermen en la calima y ya no hay moscas: les dimos el paseíllo en el paredón de las tripas colgantes. Como se cuenta en la canción de Joaquín Sabina, el sol es una estufa de butano, donde el mar no se puede concebir y la gente por la calle va enseñando las tetas. Debajo de los adoquines no está el mar, sino las cloacas.

Nos amenaza todo, por el sur las moscas negras y los mosquitos tigre por el norte. El solitrón ha abrasado la radiante primavera de las lluvias y la crisis ha dejado a la gente sin vacaciones. En este clima salvaje arranca el estado de la Nación. No sé si es buena idea. El sol enloquece, provoca obnubilación de la conciencia. Recordemos El extranjero, un crimen absurdo sin móvil, sólo explicado por el estado delirante que provoca el calor.

En los días de solitrón se extiende el humor colérico. En la octava de San Camilo, cuando según Cela a los españoles los mataban como a conejos, el calor exacerbaba los odios. Esta semana se escenifica el gran concierto del hemiciclo con aire acondicionado y vasitos de agua en el estrado, pero un poco más arriba de San Jerónimo, pasados los petisús de Lhardy, donde comían Cánovas y Sagasta, y donde a veces se celebraron los consejos de ministros, estallará otro debate, más asambleario, con profesores trotskistas y niñas republicanas, a la usanza griega, no la de ahora sino la de antes, cuando el laos y los filósofos callejeros.

Con la calorina y la podredumbre surgen las nuevas especies políticas, y como me recuerda el filósofo del barrio: todos los partidos empezaron siendo un grupo de indignados.

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