El fax al poder
El fax supera al teléfono, que es sin duda el cordón umbilical de nuestras agónicas sociedades, porque, además de ser inmediato, rescata y revitaliza la tradición de la palabra escrita como medio de comunicación entre los hombres. Empezaron a utilizarlo en las empresas y ahora es también cosa de faxmaníacos que hacen «faxart» para estar menos solos, pero no tardará en generalizarse su uso y volveremos a escribirnos cartas personales que podrán llegar, sin sellos ni dilaciones, a su destino (esos carteros fisgones que hurtan la correspondencia tienen las horas contadas).
Por fax se puede mandar al supermercado la lista de la compra escrita a mano, que es más entrañable que un pedido por ordenador; los secuestradores, gracias al fax, se podrán poner en contacto con los familiares de la víctima y explayarse detallando, incluso con retórica, las condiciones económicas del rescate; la policía estará contenta porque se podrán dar chivatazos muy completos y transmitir en un instante a las comisarlas prolijas listas de sospechosos. El problema es que un fax no puede ser anónimo porque en él aparece impreso el número de teléfono del remitente, de ahí que sea de vital importancia que los ayuntamientos instalen cuanto antes cabinas públicas con fax en nuestras ciudades. Los fax públicos arroparían ciertas intimidades porque todos los mensajes que pudieran comprometer al emisor (declaraciones de amor obscenas, por ejemplo) se enviarían desde ellos con toda tranquilidad.
En una conversación telefónica la voz del interlocutor te interrumpe y puede llegar a cargarte, mientras que el fax respeta el turno: primero uno escribe y el otro lee y luego al revés. Además, al ser por escrito, uno puede incluso evitar repetirse, reflexionar sobre lo que quiere decir y ordenar y exponer con claridad su pensamiento. Todo son ventajas. De momento, este mismo artículo lo he mandado por telefax. Me he ahorrado un paseo y al periódico le he evitado tener que enviar un mensajero... Quizá lo único que tengo que reprochar al fax es no poder contar ya con la efímera presencia de esos hijos de Mercurio, que son tan simpáticos.
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