Nombres de niños que suenan a perro

Hay muchas razones para rechazar un nombre para un niño: que suene a perro, que tenga demasiadas letras, que sea demasiado pijo... Pero ¿cuáles serán los motivos de Victoria y David Beckham para hacer lo que han hecho?… ¿Cómo íbamos a imaginar que La Pija y Becks, tras elegir para sus hijos anteriores Brooklyn, Romeo y Cruz, podían ahora quedarse con Harper? Sí, Harper.

Puestos a imaginar motivos, se podría pensar que ha sido Harper Lee, la autora de la inolvidable Matar a un ruiseñor, la directa inspiradora. Bien. Pero, no conviene olvidar, que Harper, en la lengua de Shakespeare, vale tanto para una niña como para un chaval. En ese caso, tal vez, la pareja habría pensado en, por ejemplo, Harper Collins, el nombre de la editorial que allá en los años 20 publicó las obras de Mark Twain, Emily, Charlotte y Anne Brontë, Thackeray, Charles Dickens, John F. Kennedy o la propia autobiografía de Beckham.


Si todo lo anterior fuera cierto, además del buen gusto por la lectura de la pareja, convendría destacar un rasgo: la unisexualidad, como las peluquerías finas. No es descabellado pensar que la pareja más fashion-victim del universo haya dedicado todos sus esfuerzos a conseguir un perfecto equilibrio. Necesitaban un nombre ni muy femenino ni excesivamente masculino. A ser posible, sin connotaciones de clase, de tal modo que puedan moverse con libertad por la sociedad como extranjeros. Ni tradicional ni vanguardista, para que pueda alimentarlo con su propia personalidad y no al revés.

De algún modo, todo el mundo quiere que su nombre sea una tabla rasa. Lo cual puede ser susceptible de ser algo tan bueno como malo: algunos dirían que no hay nada más plano que Peter y Jane o, en esa misma línea, los nombres cortos y sencillos del confiado ser inglés: Ben, Sam, Emma, Will, Sarah. Lo que no es fácil es tener un nombre con resonancias pop. No puedes llamarte Kylie y moverte libremente por el mundo sin que la gente suponga ciertas cosas sobre ti, sobre tus padres y sobre tus intereses. Y ahora, tampoco vas a poder llamarte Harper. Ha dejado de ser neutral y ambiguo para convertirse en algo tan incómodo como unas bragas de esparto (por poner un ejemplo fácil e incómodo).

De poco importa que antes de la ocurrencia de Beckham y Victoria, Harper fuera un nombre en Inglaterra limpio. O que, para la gente medianamente leída, el nombre estuviera cargado de resonancias necesariamente gratas. Gratas por inolvidables. Cómo olvidar a Atticus Finch, el abogado al que Gregory Peck diera vida en pantalla en Matar a un ruiseñor. Definitivamente, a partir de ahora, ya nadie sentirá la más mínima necesidad de acordarse de Harper Lee al llamar a su hijo. Cargaremos con el castigo de recordar a otra Harper; esta Harper.

¿Y qué decir del segundo nombre de Harper Beckham? ¿Qué decir de Seven? Dicen que lo escogieron porque el crío pesó siete libras y 10 onzas (3 kilos), llegó a las 7:55 y nació en el séptimo mes. Además, obvio es recordarlo, ése es el número con el que padre saltaba al campo en sus tiempos de futbolista en el Manchester United y en la selección inglesa (no en el Real Madrid). Todo demasiado Beckham; todo demasiado posh (pijo).

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