El Kennedy violador

El juicio que se viene celebrando actualmente en Estados Unidos contra el menor de los Kennedy, por violación de una amiga en Palm Beach, en la casa misma de la «familia real» americana, es la mejor serie sobre la «estatura moral» de USA, el monobloque monolítico que ahora se ha quedado como dueño del mundo. 

Esto de la «estatura moral» es un eslogan que se ha sacado Bush, allí no hay presidente sin eslogan, de paso que nos negaba alzada a los demás, o sea los europeos, que nos encuentra bajitos, en fin, para estatura moral la del pequeño Kennedy o la de su padre o tío Ted, o lo que sea, que efectivamente esta familia real son una dinastía, pero una dinastía de crímenes, suicidios, adulterios, puentes suicidas hechos con mucho maderamen de consonantes, atentados políticos, lo de la Bahía Cochinos, Mary Jo, gangsterismo a favor o en contra, Marilyn, Vietnam, Patricia B. y gatillazos. 

Incluso acumulan, como se ve, más noblezas y grandezas que las fastuosas y sangrientas monarquías shakesperianas de nuestro Viejo Mundo. 

Ya va siendo tiempo de que descabalguen a Lincoln, como los otros a Lenin, se proclamen Reino y cumplan la definición que certeramente les aplicara Pemán: «El tirón dinástico de las democracias». A William Kennedy Smith habría que coronarle ya, antes de sentenciarle por violador, como el principito que inaugura la monarquía violenta, culpable y ruidosa de los Kennedy. Ocurre ahora lo más revelador del juicio: que si Patricia B. salió virgen y mártir del trance, no fue tanto por caballerosidad del ciudadano Smith, que es mucha, como porque este ciudadano pegó gatillazo, según confesión de la víctima. 

Y este gatillazo histórico nos parece todo un signo (los estructuralistas veían signos en todas partes, hasta en las braguetas) de lo que es la historia contemporánea de Estados Unidos. A William ya le llaman «Wilt», del inglés «wilting» (cayendo), según cuenta Ana Romero en este papel, pues que la caída fálica (que su propio abogado argumenta como frecuente en el acusado) impidió quizá la consumación del crimen sexual. 

La grandeza del Imperio USA está hecha asimismo de grandes gatillazos: el que pegaron los yanquis en Vietnam, el que pegó el otro Kennedy contra Fidel Castro, el que acaban de pegar ante Hasan Hussein, que le iban a arrasar y ahí sigue, el que pegó la justicia americana contra los asesinos del presidente y de su hermano Bob o de Martin Lutero King, víctimas todos ellos de unos caprichosos del arma que por ahí siguen fumando. 

En su continuo acoso sexual a Europa pegan gatillazo todos los días y un lúcido político europeo acaba de decir que la federación de Estados Europeos sería un plagio de Estados Unidos. Cada crac de la economía mundial es un gatillazo de Wall Street. No sabe uno, ni le importa, si los varones de la casa Kennedy practican mucho el pudendo deporte del gatillazo, pero el presidente dejó morir a Marilyn Monroe mientras su señora, o sea Jacqueline Onassis, de soltera viuda de Kennedy, se le iba de crucero con el griego. Ted Kennedy pegó gatillazo en el puente de las consonantes (sólo Pedro J. sabe pronunciarlo) y Mary Jo duerme bajo las aguas. Los Estados Unidos, en fin, puestos a follarse la Historia, son peores que el violador del Ensanche. 

Un violador impotente es casi un objeto surrealista de Marcel Duchamp. Bueno, pues ese objeto, ese falo declinante debiera figurar en la bandera, entre tanta barra y estrella. Ay el día que esas barras empiecen a torcerse para abajo. Casi todas las grandes Casas europeas, los Trastamara, los Habsburgo, los Austrias, los Wattenberg, las sangrientas monarquías shakesperianas, se fundaron sobre una violación de princesa o pastora (era mucha costumbre), pero lo que no se puede, señores americanos, es fundar una gran dinastía, los Kennedy, sobre un gatillazo.

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