Cuantos mundos faltan aún por caer

En la tarde del histórico 14 de Julio de 1789, de regreso de una de sus habituales cacerías, Luis Capeto, al que la Historia conoce como Luis XVI de Francia, anotó en su diario privado: «Mardy, 14 Juillet. Rien». El pueblo de París había tomado la fortaleza de La Bastilla, y él ni se había enterado. En vísperas de la caída del Muro de Berlín -símbolo del «socialismo real», verdadera Bastilla del siglo XX-, los más sesudos analistas de nuestro tiempo estaban en las mismas: Rien, nada. 

Pero lo peor no es esa ceguera: lo peor es la indiferencia que cubre el espacio que se extiende entre el signo de admiración hacia lo que han hecho los berlineses y el signo de interrogación sobre lo que seremos capaces de hacer nosotros con nuestros propios Muros interiores.

Tantas veces como he repasado la Historia, otras tantas me he detenido, incrédulo, o más bien atónito, ante las anotaciones de remilgados trazos que el rey hacía cada noche en su diario. Allí, entre referencias a la caza del ciervo, a sus trabajos domésticos de carpintería, o a tal o cual gala de honor, al llegar a la fecha clave, sólo aparece una palabra inapelable. «Mardy -así, con i griega, según el uso del siglo-, 14: Rien». 

Ese era el balance que él hacía de la jornada. «Rien». Nada. Luis Capeto -todavía y durante apenas tres años más Luis XVI de Francia- creía que el 14 de julio de 1789 no pasaba nada. Apenas un par de horas después de haber escrito tan errada estimación, el duque de La Rochefoucauld le levantaría de la cama y sostendría con él un diálogo cuya plena vigencia aún estremece, doscientos años después: -¡Señor, han tomado la Bastilla! -¿La Bastilla tomada? -Sí, Señor. Por el pueblo. El gobernador ha sido asesinado. Pasean su cabeza por toda la ciudad, en lo alto de una pica. -¡Pero, esto es una revuelta! -No, Señor: es una revolución. 

La caída del Muro de Berlín es al siglo XX lo que la toma de la Bastilla al XVIII. Como en el caso de la fortaleza parisina -protegida por sucesivas barreras, fosos y demás obstáculos, el Muro también parecía inexpugnable. A la hora de la verdad, uno y otro reducto se rindieron a sus sitiadores sin que mediara resistencia alguna. Si hasta ahora la toma de la Bastilla era el máximo exponente histórico de la culminación de un proceso cuyas consecuencias desbordaron las previsiones de todos sus protagonistas, la caída del Muro de Berlín acabará probablemente por arrebatarle tan fascinante honor.

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