Sofía Loren es de lo que ya no queda

A Sofía Loren le van a dar un Oscar el lunes, en premio a toda una carrera en el cine, abandonada o, al menos, descuidada desde hace años por ocuparse de Carlo, Carletto y Edoardo, a la sazón el marido y los hijos de la señora. Estas actrices raciales es lo que tienen, salen a la palestra desde el hambre y la ignorancia, despuntan enseñando pierna y pechuga con ímpetu de comehombres, y cuando ya han hecho faena se repliegan, después de pescar a un marido rico, a los pucheros y a los biberones, que, en el fondo, es lo que les apetecía y lo que les tenía dicho su madre.

Sofía Loren vuelve a las portadas -la damos mañana la mar de bien en el Magazine- poco menos que desde otro mundo, y la cinefilia posmoderna, que lo sabe todo de David Lynch y del último director postvideoclip, la va a mirar como quien asiste al regreso de Boris Karloff.

Que sepan que esta señora fue muy importante, porque enganchó con su erotismo maternal y doméstico con varias generaciones a la vez. Para los niños de los años 60, Sofía Loren fue la heroína por excelencia, heroína de la épica irrealidad de la Roma que se enfrentaba al bárbaro antes de la caída del imperio y de la pre-España cidiana que guerreaba con el moro de Valencia.

Los niños pasábamos mucho calor en las vespertinas sesiones dominicales del cine colegial, y no sabíamos muy bien todavía si la sofoquina era por culpa de la calefacción y de la acumulación de bachilleres o por que esta dama nos ponía a cien por algo que sólo más tarde tendría nombre. De estirpe barriobajera, la Loren transitaba también por el postneorrealismo postDe Sica, con el propio De Sica, que se sucedió a sí mismo, haciendo de vecindona gritona, arremangada y ligera de ropa, con esa estética napolitana de camiseta, enaguas y sábanas tendidas que fue santo y seña del cine italiano, pero esa fue una onda que nos pilló más tarde, cuando ya estábamos a punto de plantar a los actores e irnos a decir cosas pedantes del bracete de los auteurs. Pero es que la Loren, cosa que no se ha vuelto a repetir, gustaba también a nuestros padres por lo pechugona. Las madres le sacaban muchos defectos a cuenta de los morros, la nariz y lo dentona que era, pero nuestros padres, muy proclives a las contundencias macizas de sus redondeces, solían decir: «Yo todavía no he llegado a la nariz».

Estaban mirando más abajo, los muy tunantes. Ya digo que esta señora medio se retiró para ocuparse del señor Ponti, que era y es un señor feo y como mayor, que no le pegaba nada. Y, avanzado el matrimonio, se hizo respetable y marquesona, y tuvo un lío de fisco y joyas que es el tipo de lío que sustituye a los de pantalones cuando las señoras proletas se aburguesan por la vía del estrellato. Le van a dar un Oscar, y se merecía dos, uno por cada.

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